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Confesión: lo hice yo.

Sí, lo hice yo...

Yo fui quien presentó el año pasado a un concurso de relatos históricos serio, respetado y formal un bodrio que no había cómo cogerlo. Llevo un año y algo sin pronunciarme ni decir esta boca es mía compilando, leyendo y analizando las impresiones sobre el relato que presenté al concurso en internet  con una finalidad clara: estudiar al lector (que también es jurado y, por lo tanto, lector privilegiado) de textos literarios de temática histórica.

 

Yo como escritora, puedo ser la mejor o la peor según cada momento, según el texto y el estado anímico de quien lee, pero sobre todo, como animal del ámbito de la teoría literaria y la etnoliteratura soy consciente de lo que hago y de lo que dejo de hacer con el lenguaje escrito, soy buena conocedora, además, de las técnicas de análisis del público que va a recibir ese texto para sacar después conclusiones objetivas.

 

Para poder llevar a cabo este experimento para su posterior estudio, en los dos años anteriores a la presentación del relato he tenido que hacer por conocer con el mayor detalle los mecanismos del lenguaje escrito de los textos literarios históricos para hacer las cosas bien (o mal) según me fuera conviniendo y con consciencia con determinados fines. En este caso, era hacer las cosas lo peor posible para ver las reacciones de los lectores.

 

Mientras iba preparando el texto para el concurso, iba haciendo un listado mentalmente los distintos tipos de lectores a los que iba a llegar, de cuál iba a ser la reacción de cada uno de ellos cuando se enfrentasen a un determinado texto con unas determinadas características. Así, con estas premisas, hice un relato histórico con una finalidad muy clara: quería que el lector sintiese rechazo hacia ese texto literario histórico para después explicar o justificar ese rechazo.

 

La mayoría de los lectores se hacen una idea mental y se marcan unas expectativas en el horizonte literario sobre cualquier libro o texto fijándose en el título o en la portada simplemente. Según se vayan cumpliendo esas expectativas y el grado de satisfacción que encuentre en ellas, el lector tiende a seguir o no la lectura. Como no podía ser de otra forma, elegí un título que cumpliese con el mayor número posible de clichés y estereotipos con el menor número de palabras posibles para enganchar al mayor número posible de lectores.

 

Y se engancharon bastante al anzuelo de un título vistoso. Cuando se hace un experimento así se corre el riego de ser descubierto por parte de algún lector o de los organizadores. No es agradable esa sensación de tensión que puede echar por tierra un trabajo previo de más de dos años, es decir, a fecha de hoy, casi cuatro años, en los que he estado inmersa en unos determinados ambientes con la única finalidad de saber y conocer los mecanismos de funcionamiento de la novela histórica y su relación con la historia para satisfacer mi propia curiosidad.

 

Por respeto al concurso, al jurado y lectores que de buena fe leyeron y comentaron de manera imparcial el relato que presenté, no creo relevante dar nombres ni citar comentarios concretos sino que veo más adecuado guardar silencio en ese sentido y limitarme a exponer brevemente un par de conclusiones para que se tengan en cuenta cara a la lectura de textos literarios considerados históricos.

 

  1. No todos los textos literarios inspirados en hechos históricos, que estén contextualizados en un determinado momento y en sucesos documentados históricamente tienen que ser fieles a ellos para resultar coherentes, bien contextualizados y suficientemente cohesionados para ser considerados buenos.
  2. El lenguaje literario de la novela histórica puede y tiene que jugar sí o sí con las mismas reglas que el lenguaje literario que se emplea en cualquier otro tipo de texto literario. 
  3. Cuando un lector está más pendiente de la imprecisión de un hecho histórico que aparece en un texto literario que del propio contenido literario del texto, está rompiendo el pacto ficcional que se firma previamente con la obra literaria para juzgarlo como texto histórico.
  4. Por norma general, los lectores privilegiados que cuentan con información veraz sobre los hechos que un texto literario histórico usa en su contextualización, creación de situaciones y personajes son mucho más reacios a asimilar la verosimilitud como característica positiva del texto confundiendo veracidad y verosimilitud.
  5. Los lectores inocentes que parten de la lectura sin prejuicios marcados por los conocimientos previos son los que más disfrutan del universo único que tiene cada texto literario.
  6. Una característica positiva fundamental de la novela histórica es que al menos, 1/3 de los contenidos del contexto puedan ser identificados fácilmente por los lectores.
  7. Aunque en la historia de la literatura se han ido sucediendo distintas fórmulas de redacción, el abuso de recursos estilísticos poéticos en los textos literarios históricos suelen resultar cargantes y hacen perder al texto la carga de verosimilitud que se espera en ellos, llegando incluso a resultar rimbombantes y negativos.
  8. Es demasiado frecuente, incluso entre expertos en novelas históricas, el querer predecir el desarrollo de los acontecimientos de los personajes partiendo de los conocimientos previos en un determinado momento histórico.
  9. Los relatos literarios históricos no tienen por qué ser cien por cien fieles a la historia para ser verosímiles y ser considerados buenos y viceversa. A veces literariamente queda mejor un hecho inventado que uno real.
  10. La libertad de la creación literaria nunca ha de estar supeditada a la historia. Son disciplinas que pueden compartir rasgos en algún momento por pertenecer a las llamadas "ciencias del alma" en contraposición a las "ciencias de la naturaleza".

 

A lo largo de los años, muchos críticos literarios, muchos teóricos de la literatura, muchos teóricos de los géneros literarios y del ámbito de la historia de la literatura han querido establecer bases teóricas, hitos y otras marcas en los textos para querer justificar o simplemente explicar objetivamente la creación literaria perdiendo de vista uno de los datos más importantes: el ingenio del autor. 

 

El autor de textos literarios crea en su mente un mundo, ese mundo es llevado a la transmisión textual escrita u oral con más o menos éxito según el lector con el que se encuentre. Como tal, el ingenio del autor se empieza a reconocer en el siglo XIX con el auge del Romanticismo, anteriormente se le daba más valor a que los rasgos literarios de las obras tuvieran algún tipo de fundamento, no creados "porque sí".

 

Tal vez, lector, te hayas perdido con mi confesión (espero que no) y entiendas que a veces cuando no tienes a tu alcance materiales que te valgan para hacer tus estudios, los tengas que generar a costa de hacer pasar un mal rato a alguien.